20061220

La antigua provincia del Táchira

Dr. J. Pascual Mora G.

Presidente de la Academia de Historia del Estado Táchira.

En la Constitución del Estado Táchira se conservan varios símbolos: la bandera, el escudo y el himno del Estado Táchira. Pero hay un cuarto símbolo incorporado en dicha constitución: la palabra Táchira. Y es que la palabra Táchira como símbolo nos une en el tiempo y nos hace recordar nuestro pasado histórico pre – hispánico.

Hay pocas tendencias en relación al origen de la palabra Táchira. Según algunos, en particular la antropóloga Reina Durán, la palabra Táchira es de afiliación Arawuaca y Betoy. Temístocles Salazar dice que la palabra Táchira es de origen Arawuaco. Yaquelin Clarac de Briceño, insigne investigadora de la Universidad de Los Andes, dice que la palabra Táchira es de origen chibcha. Y nuestro académico de la historia Samir Sánchez nos la ubica como oriunda de la raíz pre – hispánica chitarrera.

Al hablar del Táchira y tachirense tiene una significación muy particular. Las palabras tienen orígenes lingüísticos diversos los cuales dieron orígenes a toponímicos como: Uribante, Kirimarí, Babuquena, Umuquena, Chucurí, entre otros. Sin embargo advertimos con Yaquelin Clarac de Briceño, que debemos en efecto establecer necesaria relación entre cultura y lengua. Muy posiblemente la divergencia en relación a las raíces forjadoras del Táchira se encuentran en esta dualidad.

En todo caso es un origen que se nutre de la diversidad Arawaca y chibcha, según Samir Sánchez, la palabra Táchira procede del tronco etno – lingüístico chibcha y muisca. Aplicando el método analógico, basado en una comparación con la estructura gramatical y fonológica, recopilada en la obra “gramática de la lengua general del nuevo reino” por el Fray Fernando Lugo y publicada en Madrid en 1619, permite encontrar un significado preciso en dichas raíces.

Por ejemplo las raíces Ta, significa “labranza, propiedad o dominio”. Chi, significa pronombre posesivo “nuestro”. Ra, castellanización de la palabra ña, partícula de futuro. Con la cual Táchira viene a significar en un sentido literal, “lugar que será de nuestra heredad” o “nuestra tierra de heredad”. Esta es la propuesta que hace el Dr. Samir Sánchez en su tesis doctoral.

Hay otras versiones, el Dr. Luís Hernández dice que la voz lingüística Táchira es un solo vocablo y que debe ser entendido como tal. Esto nos lleva a comprender que no es unívoca en este sentido.

La región fronteriza compuesta por el Estado Táchira y el Departamento Norte de Santander tiene historia común que se encuentra en el tiempo estructural por razones, geográficas, lingüísticas y mentales. Geográficamente somos una unidad que fusiona los valles ultramontanos de la depresión de los ríos Táchira y Pamplonita. Lingüísticamente nacimos con una homofonía anclada en las raíces lingüísticas de la edad superior o neo india de la familia chibcha y chibcha Arawaca. Y mentalmente tenemos un hundillaje espiritual que integra a nuestros pueblos en términos de larga duración.

Somos una de las seis naciones pre – hispánicas de las que hablara el cronista Lucas Fernández de Piedrahita, somos las de los chitarreros. Y que se corresponde con el espacio de las jurisdicciones de las ciudades de Mérida, Espíritu Santo de La Grita, Pamplona y Villa de San Cristóbal. Pero había que agregar más, y es que teníamos ancestralmente una lengua en común.

Hoy quiero saludar al cuerpo edilicio del Municipio Ayacucho quienes han acordado celebrar este acto para conmemorar la Defensa y Protección del Patrimonio Municipal, como reminiscencia de aquel año de 1920 cuando los hijos de Ayacucho lograron salvar para la posteridad del sacrilegio cometido contra el petroglifo llamado “La Piedra del Mapa”. Años más tarde se recordará en Europa la historia de cómo se mancilló la grandiosidad de la obra impresa, en especial en aquella fatídica noche de la quema de los libros escritos por los judíos, en 1933. O la llamada “noche de los cristales”, conocida también como el holocausto de los libros en Munich, 1938.

Cito estos ejemplos para decir que la presencia de la memoria histórica de los pueblos tiene que ser permanentemente actuante, no podemos dejar ni siquiera un solo momento para adormecer nuestra conciencia y proteger nuestro patrimonio histórico cultural. Igual ha sucedido en el pasado e igual sucede permanentemente. Por eso debemos ser cancerberos y vigilantes de nuestro patrimonio histórico cultural. Como dijera Mario Briceño Iragorri: “Un pueblo sin historia es un pueblo fugaz”. En particular los venezolanos, dice Iragorri, pareciera ser un pueblo que no tuviera primer piso, es decir con una cultura montada al aire, por eso es muy importante reforzar nuestra muy frágil memoria histórica.

Por eso quiero ratificar el apoyo al hecho voluntarioso de instituir el día 26 de abril como ese día en que se recuerde la defensa y patrimonio Municipal de Ayacucho. Si así se hiciere la patria estará agradeciendo permanentemente porque aquellos hombres y mujeres que en ese día decidieron asumir la responsabilidad para desenterrar la traición que iba a ser depositada, hoy día necesitamos de ese relevo generacional.

No podemos dejar pasar desapercibido aquel acto sacrílego cometido contra la piedra del mapa, porque pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. El monumento fue descrito por el Dr. J. Benito Calderón en 1927, publicado en un extraordinario trabajo de la Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses en 1962.

No se puede dejar desapercibido igualmente otra de las potencialidades que tienen nuestros pueblos y es que somos, los latinoamericanos y en particular los venezolanos, un pueblo de una extraordinaria imaginería social. La grandeza más significativa que los griegos daban a la imaginación, era tan trascendental que el gran Platón y el mismo Aristóteles, cuando fueron a hablar de la majestuosidad y jerarquía de la razón, ubicaron a la imaginación en uno de los lugares de prioridad. Y nada mas y nada menos que Albert Einstein, este científico del que se cumplió el año pasado 100 años de haber formulado su teoría de la relatividad, señalaba en uno de sus postulados que la imaginación es la mayor de las virtudes.

Quería señalar el sentido de la imaginación porque posiblemente el miedo a la imaginación de Ayacucho y de Colón haya sido a que se enterrara la piedra. Existen dos razones para significar esto, hay anécdotas durante la colonia y específicamente durante la conquista, en donde fueron liquidadas comunidades indígenas enteras porque ellos siempre tienen un referente para su imaginación. Y los indígenas, a pesar de haber sido adoctrinados, salían siempre ha hacer culto a alguna de sus divinidades que podían ser plantas o podían ser símbolos arbitrarios. El español cercenó esos símbolos, pero para su sorpresa los indígenas comenzaron a suicidarse colectivamente, en masa se lanzaban desde los picachos más altos, o se mataban entre ellos mismos, porque le habían destruido su imaginación.

El Dr. Calderón en su trabajo señala la existencia de una leyenda respecto a la piedra del mapa. Y era que así como los griegos tenían también sitios para consultar el oráculo, los hijos de Ayacucho consultaban con la piedra del mapa su destino. Esta imaginación de los pueblos es lo que los puede hacer pervivir en el tiempo.

Dice también la tradición que quien ve o toca esta piedra, no puede abandonar esta hospitalaria población. Posiblemente haya sido esta la importa que llevó a pretender destruir en el Municipio el sentido de la imaginación, porque sólo podemos ser pueblo en la medida en que podamos rescatar para la posteridad aquellos ejemplos que nos permiten identificarnos como comunidad.

Es una piedra impresionante que fue descrita de la siguiente manera: tiene una longitud de 3,78 mtrs., y una altura máxima de 3,60 mtrs., tiene un volumen impresionante en metros cúbicos calculado en casi 10 millones de mtrs.,3 y su peso aproximado es de más de 27 toneladas. De manera que es un documento histórico fundamental que nos une con nuestras raíces primigenias que se ensamblan en esa raza cósmica que como definiera Vazconcelos, somos el producto latinoamericano.

Tenemos que ser permanentemente vigilantes, porque el santo oficio de la inquisición no ha muerto todavía. Y en el Táchira esa inquicision permanece viva simplemente es ahora mas certera y se ha especializado la pira. Hoy no se queman o entierran los petroglifos, sino que se mancilla su textura y aroma con revestimientos de polietileno. Esto ha sido precisamente la denuncia oficializada por la investigadora Yalitza Lugo, investigadora de la Universidad de Los Andes que ha dedicado más de 20 años de su vida a los estudios filosóficos y diplomáticos sobre una joya que se convierte en referente también por ser patrimonio del Táchira y de los tachirenses como lo es el libro Becerro de La Grita. Es conveniente decir que contiene documentación histórica de primera mano desde el año 1657 hasta 1859. Y hay que decir que el año pasado se cometió bibliocidio con ésta joya de la memoria histórica tachirense; precisamente en el año cuatricentenario de la publicación de la primera parte de El Quijote, precisamente en la única joya que preservan los tachirenses escrita en la lengua vernácula del castellano en la que Miguel de Cervantes escribió su obra de El Quijote. Precisamente en ese año se vulnera en el Estado Táchira esa joya fundamental, por eso es importante que mantengamos la memoria histórica presente.

Debo recordar que esta tendencia a veces tiende a generalizarse. Hace un año manifesté mi inconformidad cuando se dañó la estatua del genovés Cristóbal Colón en la Plaza Colón de Caracas. Publicaba un trabajo en la prensa de ese momento para advertir la segunda muerte de Colón o el regreso al tiempo de las tribus. Y alertaba que “el tiempo de las tribus”, alude especialmente a una obra escrita por el sociólogo francés Michelle Mafersoni en 1990, en ella señala que a diferencia del proletariado o de otras clases, la masa del pueblo no responde a una lógica de identidad, sin objetivo preciso no es el sujeto de una historia.

Esto es lo que demostramos los venezolanos el 12 de octubre al derribarla estatua del Almirante Cristóbal Colón. Que sea el símbolo del descubrimiento del encuentro de dos mundos, es un problema de interpretaciones no siempre bendecidas por la neutralidad ideológica. Lo cierto es que Cristóbal Colón forma parte de nuestra representación como pueblo, somos un pueblo mestizo, pluricultural y cosmopolita. Por alguna razón Venezuela es el país más cosmopolita de América Latina.

Demostramos con este hecho tener una cultura de getto impregnada en fundamentalismos políticos y religiosos tan ajenos a nuestra historia. Los venezolanos siempre fuimos hospitalarios, solidarios y benevolentes con el extranjero. Siempre fuimos esa tierra de gracia que acogió al recién llegado, pero hemos dejado despertar en las oscuridades del subconsciente colectivo, al tánatos; hemos dejado abrir espacios a ese instinto de muerte y destrucción.

Ahora son comunes los movimientos que a veces reclaman sangre por revanchismos históricamente superados. Quiero recordar que después de la guerra federal uno de los importantes avances del crecimiento de Venezuela como pueblo es que los venezolanos logramos supera esa visión antagónica de clases y logramos ser el país más igualado de América latina.

Le recordaba el año pasado en Alcalá de Henares, a propósito del cuarto centenario del Quijote a un grupo de académicos, que Venezuela es el país más igualado de América latina, que el pobre más pobre de los venezolanos es más rico que cualquiera de los que tenga millones en los bancos o que tenga poder económico, porque el pobre más pobre de los venezolanos tiene lo que no se puede comprar ni vender: la dignidad. Y comentaba en ese momento a esos académicos que con cierta duda oía mis palabras que en cierta oportunidad un colega al ver pasar a uno de estos lateros o recoge latas, como se les suele llamar, le lanzó una lata al piso para que la recogiera. Pasó, se quedó mirando y dos metros más allá se volteó y le respondió: “usted que cree que es, yo soy igual que usted”. Esa es la grandeza más significativa que tenemos los venezolanos y por eso queremos evocar permanentemente esos detalles.

Quiero felicitar a los hijos de Ayacucho por ser esta la primera institución en acoger la academia de Historia del Táchira en este sagrado año del Sesquicentenario de creación de la Provincia del Táchira 1856 – 2006. Para que se presente esta semblanza y para que de alguna manera recordemos que el sacrilegio histórico cometido no permita siquiera volverse a empezar.

Pero que este sacrilegio también lo estamos cometiendo este año al pretender minimizar, infravalorar la importante fecha que dio origen al gentilicio de la provincia. No en balde la antigua ciudad de Los Llanos de San Juan, parroquia civil desde 1831 y con el epónimo de Ayacucho para su municipio desde 1872.

Ayacucho en Quechua significa “Rincón de muertos”, en señal de veneración de los que han pasado a los bienes eternos. Y hoy sigue siendo Ayacucho pionera de esta generación, al recibirnos en este sagrado lugar para que recordemos algunos de estos hechos. San Juan de Los Llanos de Lobatera fue elegido parroquia civil por el gobierno provincial de Mérida el 30 de noviembre de 1831. Antes de erigirse parroquia eclesiástica estuvo bajo la atención espiritual del padre José Amando Pérez de Michelena. Con la creación de la parroquia eclesiástica de San Juan Bautista de Colón hacia 1869 según el pbro. Dr. Ernesto Santander, fue nombrado como primer párroco el pbro. Carlos María Rivera. Desde entonces le sucedieron sacerdotes de más prístinas prosapias tachirenses, entre los que destacamos a Mons. Edmundo Vivas, uno de los fundadores en 1942 del antiguo Centro de Historia del Táchira. El Pbro. Luis Ernesto García, fundador en San Cristóbal de varios Institutos Educativos que formaron una generación de constructores del país. Igualmente el extinto Mons. Nelson Arellano Roa, Mons. Luis Abad Buitrago, el Pbro. Luís Humberto Urbina, entre otros.

Muchos de estos sacerdotes recibieron la gran afluencia de Mons. Jesús Manuel Jáuregui en aquel antiguo colegio - seminario Sagrado Corazón de Jesús de La Grita. Colegio que dio a Venezuela más de 59 prohombres entre más de 1.500 egresados con el título de bachiller en filosofía. Muchos llegaron a ejercer categorías de Obispos, Arzobispos, Generales e incluso presidentes de la República, como el general Eleazar López Contreras y como encargado de la presidencia al Dr. Emilio Constantino Guerrero.

Pero Colón tuvo un hijo muy importante formado en ese colegio en la persona del Pbro. Juan de Jesús Rosales. Igualmente no se puede olvidar a Mons. Alejandro Figueroa Medina, quien llegó a ser Obispo auxilias de la Diócesis de Barinas.

Quiero abrir un inciso en este momento para ratificar mi apoyo, con la licencia de los académicos y de los miembros de la Sociedad Bolivariana del Táchira, para apoyar la labor que viene desarrollando el Sr. Cronista Jorge Alviárez, y apoyar también la labor del Lic. Anderson Jaimes, quienes han realizado dos importantes jornadas de Historia Local, porque quieren justamente dar respuesta inmediata a la educación de este momento, contribuyendo a formar trabajos sobre Historia Local. Asumimos el apoyo para estas jornadas y lo felicitamos por ser el primero de los municipios en presentar la solicitud de apoyo a la Academia de Historia del Táchira. Estamos trabajando con Anderson y el Sr. Cronista Alviárez, para que San Cristóbal tanga estudios históricos de cuarto nivel a través de la academia de la historia, esperamos que pronto estemos comenzando con el Primer Semestre.

También estamos brindando un programa, a través de la ULA, para dar formación y diseminar el pensamiento histórico con sentido científico e historiográfico a todos los niveles, con esto implementamos un programa de cursos de extensión que pueden ser presentados como programas de diplomados para formación sin restricción de títulos. Porque la labor del investigador, como lo dijera el maestro Marc Block fundador de la escuela analítica francesa en 1929, la labor del historiador no es cerrada, el historiador se nutre de la visión interdisciplinar. Y es que la historia para que sea verdadera historia no puede tener cercados, el terreno del historiador está abierto a cualquiera de las áreas del saber y el pensamiento.

Con el tiempo la voz Táchira pasó a designar el gentilicio de un colectivo histórico a partir del 14 de marzo de 1856 cuando se creó la antigua provincia del Táchira. Sin embrago a los efectos de nuestro estudio desligaremos entre gentilicio y mentalidad. Una dimensión muy diferente es el gentilicio Tachirense y otra la mentalidad.

El gentilicio es un término de carácter administrativo, mientras que la mentalidad Tachirense, que proponemos se identifica como tachiranidad, atañe a la dimensión profunda de los pueblos fundada en el tiempo estructural. Cuando se habla de tiempo estructural es para diferenciarlo del tiempo coyuntural que es el que nosotros vivimos. Así el tiempo estructural es el de larga duración, el que nos hace reencontrar aquello histórico, como la piedra del mapa, que nos conecta con ese tiempo de larga duración.

Aclararemos que la tachiranidad existió desde siempre. Lo que se formó en el tiempo de larga duración es la mentalidad, pero si tenemos que darle un nombre bien podramos pensar en este. Esto que semiólogos llamarán el acople entre significante y significado. El significante es la mentalidad y el significado la tachiranidad.

El término tachiranidad no es unívolo, es decir no tiene un solo sentido. Los historiadores e investigadores han incorporado diversas desinencias al término para enriquecerlo. Diremos que se remonta al siglo XIX cuando a los originarios de ésta nueva Provincia se le nominaba tachiranos. Luego el término tachiranidad ha sido incorporado a partir de los trabajos de José Humberto Ocariz y Lucas Castillo Lara. La constitución del estado Táchira sancionada por el Concejo Legislativo del Estado en el año 2001 habla de “tachiranidad”.

En el siglo XVIII y hasta mediados del siglo XIX el Táchira no existía como región. Dependíamos del espacio geo-histórico de la entonces gobernación de Mérida, de Maracaibo, que en su momento abarcaba cerca de 200.000 km2. Superficie que hoy corresponde a más de 12 Diócesis de Mérida, de Maracaibo, incluía las ciudades de Pamplona y la provincia de San José de Cúcuta con sus distritos.

Esta diócesis se mantuvo sufragánea del Arzobispado de Bogotá hasta 1804 cuando pasó a formar parte del Arzobispado de Caracas. Mérida tenía la primacía de ser el centro eclesiástico y asiento, en consecuencia, del Obispado de la diócesis. En 1903 la Diócesis de Mérida, de Maracaibo estaba dividida en cuatro vicarías; la de Mérida, La Grita, San Cristóbal y Trujillo.

En esta tradición, luego de 1811, se fueron desintegrando los departamentos y poco a poco fue ganado el sentido de autonomía las provincias, hasta que se hizo necesaria declarar de juri, lo que ya era de facto. Es decir declarar por la vía del derecho la creación de la provincia del Táchira porque en la práctica ya nosotros nos veíamos como una región.

El tachirense que hoy conocemos no es entonces un invento reciente, ni que somos tachirenses desde 1856. Somos tachirenses desde los gestores de la piedra del mapa. Nos hemos enriquecido históricamente con la inclusión de los genes del blanco español, que ya era bastante mestizo cuando llegó aquí. Nos hemos enriquecido también con la presencia de la cultura africana que ha nutrido también nuestras células. Nos hemos enriquecido incluso con sangre otomana. Decía en una oportunidad el investigador venezolano Francisco Herrera Luque, en uno de sus trabajos que no es por casualidad que en el Táchira proliferen los nombres como los Alí, los Néstor y los Omar, todos ellos de ascendencia otomana. Son hechos que son curiosos y que están escritos en los anales de la historia.

Los tachirenses pudimos habernos llamados “torbeños”, porque el nombre inicial que le propuso a la providencia fue “providencia Torbes”, que el congreso nacional cambiaría por Táchira. Pero torbeños o tachirenses, a los efectos de la mentalidad, son lo mismo, pues la mentalidad está implícita en los actos, en las tradiciones, en la forma de ser, de comer, de vestir, en la forma de amar, está escrito en nuestra cotidianidad, ya que éramos un pueblo.

En este sentido los miembros de la Academia de Historia del Táchira hemos venido desarrollando toda una serie de apreciaciones respecto al origen de esta mentalidad. La generación fundadora del Centro de Historia del Táchira mantuvo que el origen de la región y la mentalidad está implícita en el tiempo de larga duración. Solo una muy pequeña porción de investigadores, que no están necesariamente dentro de la Academia, señalan que el Táchira nació como región y mentalidad a fines del siglo XIX y que siguiendo a Pedro María Morante, señala que el Táchira es un invento reciente. Esta apreciación confunde el origen del gentilicio con el o5rígen de la mentalidad.

Es de señalar que el tachirense ha sido una de las razas más significativas en el desarrollo y conformación de Venezuela. No fue casual que aquel 16 de abril de 1813, cuando Bolívar pisó por primera vez la villa de San Cristóbal se sirviera de sangre tachirense para impregnar el cimiento de la patria durante toda la gesta de emancipación. Esta emancipación que fue reforzada históricamente por la gesta de emancipación del espíritu llevada a cabo por Jesús Manuel Jáuregui Moreno, cuando formó a ésta generación que tuvo el privilegio de desarrollar durante el siglo XX el destino del país.

Es muy significativo que cuando se hable del Táchira en Venezuela, de manera particular a los europeos les sorprende que una región como el Táchira haya dado tal número de presidentes de la república. Necesitamos seguir sembrando en nuestras generaciones y seguir potenciando ese liderazgo tan importante que hizo que durante el siglo XX apareciere esa raza tan significativa que tuvo el primer liderazgo en Venezuela. Es una responsabilidad histórica de esta generación el relevar estos espíritus, por ello hay que sembrar en nuestros niños y jóvenes esa virtud que hizo posible que durante el siglo XX los tachirenses de hoy podamos sentir orgullosos de quienes cumplieron esa función en el pasado.

Finalmente quiero culminar con una frase del maestro Marc Block quien decía que “la incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado”.